Tras el sueño de Keynes. Pero su idea nos plantea una disyuntiva, o renta básica o moratoria tecnológica.
Los economistas más ilustres insisten en que los avances tecnológicos, esta vez, tendrán una cara B que no se desea aceptar. Los que más han profundizado sobre esos cambios, en la economía mundial, aseguran, además, que todo ha ido hasta ahora bastante lento, y que en los próximos años se producirá una aceleración de la que no somos conscientes.
Lo asegura Pankaj Ghemawat, profesor de la escuela de negocios IESE, en Barcelona. Su convicción es que la globalización está más cerca del inicio que del fin. Ofrece un dato y es que la inversión extranjera directa representa el 9% del total de la inversión fija y que el tráfico de Internet transnacional representa tan sólo el 20% de todo el tráfico de Internet. Es decir, señores y señoras esto sólo es el comienzo. En breve, y aunque se ha experimentado un cierto parón desde el inicio de la crisis en 2007-2008, la globalización, de la mano de los avances tecnológicos, tomará una velocidad sideral.
Existirá una cara B, una parte oscura, que puede transformar en pesadilla el sueño de Keynes, cuando aseguró, en 1930, que los nietos de su generación trabajarían sólo 15 horas semanales. Lo cierto es que eso podría ser posible, siempre que se tomaran medidas para compensar a la parte de la población que se quede fuera del sistema productivo.
El gran biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky, defiende que se puede cumplir esa idea de Keynes con ayuda de la revolución tecnológica, pero, ¿cómo? Él mismo entiende que, esta vez, los cambios tecnológicos pueden destruir más que generar nuevos puestos de trabajo, a diferencia de la teoría de Schumpeter y su destrucción creativa.
Una de las cuestiones que no se suelen plantear con claridad es saber cómo se las arregló Europa con la revolución industrial. Surgieron los luditas, aquel movimiento de obreros en contra de las máquinas, que querían destruir a toda costa. Eran los seguidores de Ned Lud.
¿Qué prisa tenemos?
Skidelsky ha asegurado, en un foro de la OIT que aquel movimiento no carecía de razón. El aumento del desempleo se compensó con la emigración. En la segunda mitad del siglo XIX, recuerda, entre 30 y 40 millones de europeos se desplazaron al continente americano. ¿Qué pasará ahora, cuando desde otros países con menos posibilidades se emigra, precisamente, hacia Europa? Esa es la circunstancia que explica, en gran medida, los movimientos políticos populistas en los principales estados, como Francia, Holanda, el Reino Unido o Austria.
El semanario The Economist se inclinó por defender desde el optimismo ese futuro. Considera, como plasmó en el libro El mundo en 2050, que la revolución tecnológica acabará beneficiando a la gran mayoría de la población mundial. Pero no deja de lado los cambios profundos que puede comportar.
Los mayores beneficiaros serán los que acumulen conocimientos, una elite cognitiva, que tendrá unos salarios cada vez más altos. En ese proceso surgen muchas incógnitas: “¿Cómo afrontaremos esta destrucción creativa? ¿Seremos capaces de aprovecharla para mejorar la calidad de nuestra vida diaria? ¿O haremos trizas nuestra sociedad y degradaremos nuestra calidad de vida? Para la mayoría de las empresas, el gran problema de las próximas décadas será cómo innovar con la misma rapidez que la competencia. Pero para un número cada vez mayor de gente corriente, el principal problema será afrontar el impacto social y psicológico de todas estas innovaciones”.
Si una parte sustancial de la población se queda fuera del sistema productivo, –aunque, según The Economist habrá un enorme campo para los emprendedores educativos que atenderán un mercado de gente de mediana edad deseosa de actualizar sus conocimientos–, y si al mismo tiempo no se renuncia a mantener el ritmo de la revolución tecnológica, la única alternativa que se vislumbra es la renta básica, que no suele tener buena acogida por parte de los poderes económicos.
Es lo que sugiere Skidelsky. Si el cambio tecnológico comporta que se trabaje menos, y se sea más productivo, pero deja a mucha gente sin un salario para vivir dignamente, ¿por qué no se propone una moratoria tecnológica? El biógrafo de Keynes lo deja claro: “La idea de ralentizar la automatización sería una buena idea, ¿qué prisa tenemos?”
Lo que cada vez es más insostenible es pensar que no se debe actuar, que no pasará nada. Revolución tecnológica, apretamos el acelerador, y que siga quien pueda. Ni renta básica, ni ayudas, ni ralentización, ni nada.
Todo eso es lo que está por venir, o está a punto de llegar. O, de hecho, ya estamos en ello.