Angela Merkel, by Jaci XIII by Flickr

Angela Merkel, by Jaci XIII by Flickr

Alemania se ha revelado como una isla extraña en el pensamiento económico. Ni Keynes, ni Hayek. Ni estímulo de la demanda, ni liberalismo clásico. Se trata de una particular visión de la economía que atenaza a Europa, que mantiene en vilo el proyecto europeo, porque no permite avanzar en una mayor integración política y fiscal. Tampoco deja a la Unión Europea en la estacada, se la deja respirar, sin más. Se trata de una situación complicada, en la que los diferentes actores políticos deberán saber qué papel quieren tener. Este año que acaba de comenzar puede ser crucial para que la eurozona, y con ella toda Europa, camine hacia alguna dirección, con elecciones en Francia y Alemania.

En el reciente libro de los académicos Xosé Carlos Arias y Antón Costas, La nueva piel del capitalismo, (Galaxia Gutenberg), se da cuenta de esa particularidad. Los datos demuestran, después de teorizar justo lo contrario, que la llamada austeridad expansiva no ha dado sus frutos. Europa sufre una especie de estancamiento, con países como España, que ciertamente crecen, pero alentados por vientos de cola, como los bajos precios del petróleo, o los tipos de interés reducidos, que en algún momento se torcerán. La política monetaria ya ha dado todos sus frutos, pero Alemania no permite que una política fiscal ambiciosa le tome el relevo.

Lo que impera en Alemania es el llamado ‘ordoliberalismo’. Es una teorización y práctica de unos principios económicos que no se han exportado a casi ningún otro lugar. Nació en la escuela de Friburgo, con nombres como el de Walter Eucken, en la década de 1930. Según los autores de La Nueva piel del capitalismo se trata de garantizar algunas reglas: estabilidad de precios, independencia de la banca central, finanzas públicas sanas, y regulación de los mercados para favorecer la competencia, (gran lucha, por tanto, contra los oligopolios). Sin embargo, se deja de lado la gestión de la demanda y la intervención macroeconómica sobre las variables del ciclo. En este caso, la escuela propugna un liberalismo radical.

Son principios que comparte el colectivo académico alemán, pero también los principales partidos políticos desde la reconstrucción del país en la posguerra. Lo defienden sin dudar los economistas del Bundesbank y el Ministerio de Finanzas, donde hay más juristas que economistas, como apuntan los autores del libro. En definitiva, lo que ocurre en Alemania es que Keynes es visto como un economista extraño. El complemento keynesiano, que en todo ciclo económico adverso puede ser una solución, es “una rareza, hasta un grado que es difícil encontrar en cualquier otro gran país industrializado”.

¿Eso qué implica? Los principios económicos en Alemania los defienden también los cinco grandes institutos de economía, que ofrecen sus previsiones de forma periódica. Van todos unidos para ignorar algunas lecciones que se acordaron en el seno de la zona euro, aunque con una suerte descriptible. Una de ellas es que los superávits comerciales de algunos países –como el de Alemania—en un área unificada como la zona euro, son la otra cara de la moneda de los déficits en otros países. Eso llevaría a un estímulo a la demanda en los países que pudieran hacerlo, que Alemania se niega a practicar, como se ha mostrado con el ‘no’ contundente del ministro Schaüble al proyecto de expansión fiscal de la Comisión Europea por un alcance del 0,5% del PIB.

Reglas rígidas, y Keynes muy lejos

No, no, no. Alemania no quiere saber nada de esos planes. Tampoco se puede hablar de renegociación o reestructuración de las deudas. La idea que defiende Alemania, con la canciller Angela Merkel a la cabeza, es que los países con déficits deben a sí mismos esa situación por su mala gestión económica y una deficiente productividad. Y lo que cuenta, lo que se debe respetar como sea, es el equilibrio en las cuentas públicas y el control de la inflación: ordoliberalismo, una especie de escuela económica cerrada en las fronteras de Alemania, y con influencia determinante en sus satélites, como Finlandia, Holanda o Austria.

Xosé Carlos Arias y Antón Costas reflejan la preocupación por ese punto de vista, que, políticamente, ha logrado imponerse en Europa. “El problema es que, por un lado, la austeridad como política de estímulo de una economía que está en recesión no encuentra fundamento en los datos económicos; y, por otro, que esas medidas se encuentran con un problema de legitimidad política de primera magnitud. En palabras de un agudo crítico (J.W.Müller: What do Germans think about when they think of Europe?), ‘lo que la señora Merkel desea para la eurozona como un todo es ordoliberalismo: reglas rígidas y entramados legales más allá del proceso democrático de decisión’. Un deseo que en buena parte, desgraciadamente, se ha convertido en realidad”.

Y eso es realmente serio, y explica el gran descontento social que se ha creado en toda la Unión Europea. La posición de Alemania, central, con esa determinación económica, basada en pocas reglas, pero muy rígidas, deja poco juego para que la política pueda ocupar el necesario lugar que le corresponde.

¿Qué pasará en Francia, el país que podía compensar el poder de Alemania? Comienza un año intenso, y es necesario que exista un mayor debate económico.