Samir Khalil

Estudiantes cristianos asesinados en Kenia, dibujantes asesinados en París. Los grupos yihadistas siembran el terror. En muchos países, con el Estado Islámico como gran referente, que ya controla una tercera parte de Irak y de la vecina Siria, para construir un califato. Las condenas se suceden, pero, ¿se ha reflexionado sobre el fondo del problema, para tratar de hallar soluciones? En un Domingo de Resurrección sería oportuno hacerlo.

El periodista Arturo San Agustín ha escrito un extraordinario libro en el que los propios protagonistas analizan el poder del Vaticano, y del Papa Francisco. San Agustín interroga, provoca y busca respuestas. En Tras el portón de Bronce (Península), se perfilan diferentes cuestiones. Pero una de ellas, que se muestra con gran crudeza, es la posición del catolicismo frente a los grandes cambios mundiales. El más importante es que Europa ya es una pequeña isla frente al auge de otros continentes. Los católicos ahora están en África, en Asia, y en Latinoamérica. También en Europa, claro, pero la percepción, y la realidad, es que la influencia es cada vez menor. Existe en Europa una clara tendencia a dejar la religión de lado, y, especialmente, a presentar el catolicismo como algo retrógrado.

La otra gran cuestión, que va ligada a la inicial, es qué hacer frente al auge de otras religiones, como el islam. O qué hacer, en concreto, frente al fundamentalismo islámico. Varios testimonios se refieren a ese reto en el libro de San Agustín. Y el denominador común de todos ellos es que Europa está siendo “estúpida”, o, en palabras más suaves, “ingenua” ante lo que se avecina.

San Agustín habla con un monseñor, amigo de un patriarca de la Iglesia oriental, que se refiere al Islam. Y lanza una primera andanada: “Cuando leo que alguno de sus colegas –periodistas– habla del ‘islam tolerante’, que, según ellos, es el europeo, no tengo más remedio que sonreír”.

Y justifica su afirmación: “Porque en el islam todo depende de la personalidad del imán. Si es tolerante, sus fieles hablan de tolerancia y actúan en consecuencia; si es fundamentalista, ocurre todo lo contrario. El Islam, como todos sabemos, no tiene un jefe único, un papa o una autoridad similar. En Europa nos negamos a aceptar lo que dentro de algunos años significará el islam”.

La idea del monseñor, interlocutor de Arturo San Agustín, es que no se quiere ser consciente del reto. “Creo que somos ingenuos. Y algunos cardenales de la curia vaticana, mentirosos. Porque algunos de ellos están muy bien informados. Que Dios me perdone, pero la guerra contra el preservativo favorece al Islam”, asegura.

En otro momento del libro, San Agustín se enfrenta a la misma cuestión. Esta vez el interlocutor es un jesuita italiano, a quien el periodista le acaba llamando Enzo. Y remacha la posición del monseñor, sobre la lucha contra el preservativo. “Es bueno que usted sepa que en determinados temas como el control de la natalidad, el uso del preservativo, las píldoras, todo eso, la jerarquía de la Iglesia católica va de la mano de los islamistas, incluso de los más radicales”, asegura, constatando que el islamismo quiere un aumento constante de la población musulmana para conseguir sus fines, para ser más numerosos que los fieles de otras religiones.

El jesuita italiano, para contrastar su posicionamiento, señala: “Si usted me lo permite, cuando se trata de temas católicos o cristianos relacionados con los países árabes suelo prestar toda mi atención a lo que dice y escribe Samir Khalil.

Khalil es también jesuita. Nació en El Cairo, es profesor de Historia de la Cultura Árabe y de Islamología en Beirut y Roma. Y lo que apunta es, efectivamente, lo que buena parte de los interrogados por San Agustín constatan a lo largo del libro.

Las palabras de Enzo no pueden ser más diáfanas: “Samir Khalil es uno de los pocos sacerdotes y también jesuitas que se atreven a decir la verdad, aunque duela, aunque suene fatal. Me refiero, por ejemplo, a cuando dice que Europa es estúpida si no es consciente, muy consciente, de que el Islam utiliza su tolerancia para islamizar. Khalil sabe, porque lo vive, que la situación de los católicos y cristianos en muchos países de mayoría musulmana siempre ha sido de cierta marginalidad, pero es que ahora los matan. Católicos y cristianos que, como sucede, por ejemplo, en Egipto con los coptos, son los auténticos egipcios, es decir, que sus antepasados ya vivían en aquellas tierras antes de que el Islam las conquistara”.

El reto es monumental. Y Europa parece que sigue cazando moscas. La Iglesia católica está enfrascada en enormes problemas internos, pero sabe a la perfección que tiene una misión que no puede ignorar. Lo que apuntan los testimonios que recoge San Agustín debería ser motivo de una importante reflexión entre la ciudadanía europea. Se puede ser o no creyente, pero el catolicismo es también una forma de entender nuestras relaciones con el otro. Y no puede estar siempre a la defensiva. Ahora bien, esa necesidad la debe interiorizar el moderno, supuestamente ateo, ciudadano europeo. Y, por ahora, no parece que lo esté haciendo.