Partenon de Atenas

El cine, siempre el cine. La situación de la Unión Europea, con sus conflictos internos, y con la explicación de esos desencuentros evoca a los cuentos morales de Éric Rohmer. Se podría elegir uno de los seis títulos del gran cineasta francés. Alemania ha presentado, desde el primer minuto, la crisis económica como un cuento moral, en el que el sur de Europa pecó por sus excesos y ahora debe purgar con un acto de contrición que comienza a ser excesivamente severo.

Grecia ha votado a un nuevo Gobierno. Syriza logró, en las elecciones del 25 de enero, una mayoría holgada de diputados, a tres de la mayoría absoluta. Y el primer ministro Alexis Tsipras, trata ahora de negociar con las instituciones europeas para poder cumplir el programa con el que se presentó. Un acto, por tanto, de ejercicio democrático. Es cierto, sin embargo, que el club en el que está Grecia tiene sus reglas, y que la Comisión Europea debe escuchar a la opinión pública griega, pero también al conjunto de ciudadanos de los países que, en este caso, forman parte de la zona euro.

Y, por ahora, y en perjuicio del señor Tsipras, y de su flamante ministro de Hacienda, el profesor de economía Yannis Varoufakis, el capitán del barco europeo, Alemania, ha dejado claro que no piensa aceptar las reclamaciones griegas. El 28 de febrero concluye la prórroga del rescate que se pactó con el anterior Gobierno de Atenas, y si no se llega a un acuerdo en ese lapso Grecia no tendrá la cobertura de la UE.

Un partido en Madrid y en otras capitales europeas

Pero el acuerdo deberá llegar, en interés de todas las partes, al margen de los cuatro meses que se han concedido ahora a Grecia por parte de las instituciones europeas. Tsipras ha asegurado que no pedirá una extensión del rescate, pero lo que de verdad quiere el primer ministro es una reestructuración de la deuda y un recorte del superávit primario, que es el que se obtiene antes de pagar los intereses de la deuda. Eso lo puede asumir la Comisión Europea. Sin embargo, el ‘no’ es lo primero que ha salido de Bruselas, bajo el amparo de Alemania. Pese al principio de acuerdo en última instancia de este viernes por la noche.

Y es que en realidad, al margen de la situación concreta de Grecia, el partido que se juega en Atenas se dirime en otras capitales. Como la de Madrid, por ejemplo, y en mayor medida que en otras. En 2015 hay elecciones parlamentarias en un buen número de países, en Finlandia, Reino Unido, Dinamarca, Portugal y Polonia, y en Francia elecciones regionales. Y el resultado, con la aparición de partidos de extrema derecha y de extrema izquierda, puede variar el equilibrio europeo. Ante eso, Bruselas trata de hacer respetar los compromisos adquiridos.

Hemos olvidado un país en esa lista: España, que tendrá hasta cinco citas electorales a lo largo del año, si pensamos en Andalucía, y Cataluña, más los comicios en el resto de autonomías, las locales a los ayuntamientos, y las generales. Y en España el equilibrio puede cambiar de forma significativa, con el ascenso de Podemos.

Pero primero, los datos. El latiguillo constante de que España no es Grecia responde a la realidad. Pero lo primero que sorprende es que la factura por los intereses de la deuda es más cara para España, porque representa el 4% del PIB español, cuando para Grecia es el 2,6% del PIB, tras los dos rescates realizados y la quita de 100.000 millones ya aplicada en la primavera de 2012. Es cierto, sin embargo, que la deuda pública española ronda el 100% del PIB, mientras que la griega supera el 170%, y que el PIB ha caído en Grecia en los últimos años de crisis un 25%, como producto de los planes adoptados por Bruselas.

España, a pesar de todos sus males, es la cuarta economía de la zona euro. Y los diferentes sondeos muestran que Podemos está en disposición de ganar las elecciones. A falta de un programa concreto, la formación que lidera Pablo Iglesias, defiende una negociación de la deuda, con plazos más largos de amortización, y menores intereses, y el compromiso de planes para incentivar la demanda, por parte de las instituciones europeas. Y eso es lo que se juega en Europa, la posibilidad de que los países de mayor tamaño, como España, pero también Francia o Italia, vayan por detrás de Grecia, si Tsipras obtiene un buen acuerdo.

Ahora bien, y aquí aparece la gran paradoja. ¿Le interesa más a Mariano Rajoy o a Pablo Iglesias que las cosas cambien en el seno de la zona euro? Alemania mantiene su credo, su fe en lo que está haciendo. Y se puede convenir que tiene razón. Sólo las reformas internas, el compromiso para sanear la economía, con incentivos para lograr una mayor competitividad, podrán ser el seguro de vida para que la Unión Europea pueda mantenerse como gran potencia en el mundo. Pero a Alemania también le puede interesar que no haya crisis institucionales en ninguno de los países que sí pesan en el conjunto de Europa.

Es decir, si Bruselas abre la mano, si lo hace con Grecia para suavizar el sufrimiento de la población griega, el Gobierno del PP en España también se podría beneficiar. Si queda primero en las elecciones, pero claramente sin poder gobernar en solitario, podría recibir el apoyo del PSOE. Los socialistas, con una apertura de miras europea, y, por tanto, con más margen por parte del Gobierno español para pactar una política económica diferente, vería menos inconvenientes en un acuerdo de gobernabilidad.

Y eso a Europa le interesa. Y le interesa a los ciudadanos alemanes, aunque su canciller, Angela Merkel, todavía no lo explica con esa crudeza.

Sin embargo, Rajoy parece que no ve esa posibilidad. Y ha decidido hacerse el duro con Grecia. Y es que en Atenas se juega también la partida de España.

 

 Publicado en Voceseconomicas.com