El mensaje se repite, y eso siempre es un mal asunto. La zona euro no vive una situación de deflación, no, se trata sólo de una situación coyuntural, de baja inflación. El crecimiento volverá, y sólo hay que resistir un tiempo. Las autoridades europeas defienden ese pronóstico, aunque se debería afirmar con mayor claridad que quien aboga por esa tesis es el Gobierno alemán.
Pero la economía europea ha comenzado a circular en otra dirección. El euro se ha devaluado en las últimas semanas frente al dólar, y el tipo de cambio se ha situado en 1,2258 dólares. Se podría decir que es una buena noticia, porque anima al sector exportador de países como España, aunque es cierto que la economía española exporta principalmente a países de la zona euro, y esa supuesta caída no es tan determinante.
La devaluación del euro, sin embargo, se debe enmarcar en una situación global, respecto a las grandes economías mundiales. Y la primera imagen que surge es que, debido a las decisiones adoptadas al inicio de la crisis, Europa podría entrar una fase muy similar a la que experimentó Japón.
El imán japonés, ciertamente, es muy potente, y su poder de atracción puede resultar fatal: bajo crecimiento, baja inflación, política monetaria como respuesta, que provoca bajo crecimiento, y, de nuevo, no logra la deseada inflación que conseguiría, entre otras casas, que el enorme endeudamiento se pueda pagar mejor al perder valor.
Medidas más efectivas para poder crecer
El descenso respecto al dólar responde a las intenciones del Banco Central Europeo (BCE), que ha anunciado nuevas medidas para atacar la baja inflación, es decir, para evitar una situación de deflación. La idea es que el BCE comience a comprar deuda soberana en el primer trimestre de 2015, y que adquiera, de hecho, títulos de deuda pública de riesgo, como han comenzado a difundir miembros de bancos alemanes, como el Commerzbank.
Esos estímulos monetarios adicionales presionan a la baja la cotización del euro, y, a priori, significarían una buena noticia. La duda que se genera es que, tal vez, lleguen demasiado tarde, y, como en Japón, sean necesarias medidas mucho más efectivas en distintas direcciones.
La política monetaria no puede ser el único instrumento de las distintas zonas económicas para poder iniciar una fase de crecimiento. El problema reside, como ocurrió antes de la crisis, en el desfase que existe entre las economías deudoras y las acreedoras.
Una lucha entre deudores y acreedores
Esa es realmente la lucha que se establece a nivel internacional. Un país como España, –y sirve para explicar la situación general–, ha sido obligado a un proceso doloroso. Y ha pasado del gasto en exceso, con poco ahorro y un déficit en la balanza por cuenta corriente, a un ajuste que lleva ahora a ahorrar más, y disminuir ese déficit exterior.
¿Pero qué pasa en el otro lado? Los países como Alemania que pecaban de un ahorro excesivo, con poco gasto, con superávit en la balanza por cuenta corriente, no han corregido la situación. Al revés. Ahorran más, y el superávit es mayor. ¿Es eso sostenible en un mismo club que comparte una moneda? Lo que ha resultado, por ahora, de ese doble proceso es que la demanda global se ha debilitado, y el crecimiento, por tanto, o no llega o es muy escaso.
Lo que se ha aplicado es una austeridad fiscal, en una dirección determinada, hacia la periferia de la zona euro, que sería correcta si, en paralelo se corrigieran las otras asimetrías que presentaba el modelo.
El economista Nouriel Roubini ha planteado otras recetas. El problema es si se está a tiempo, y si los actores protagonistas están dispuestos a seguirlas. La idea es que se podía haber reducido la consolidación fiscal a corto plazo, y aumentar la inversión en infraestructuras productivas. Con ello, se podría haber llegado a un compromiso más firme sobre un ajuste fiscal a medio plazo, y con menos flexibilización monetaria.
Porque, ¿cómo se explica que la situación sea prácticamente de inflación cero, con un precio del dinero para la zona euro del 0,05%, como acaba de mantener el presidente del BCE, Mario Draghi?
El Gobierno alemán, es cierto, ha tomado algunas medidas, como la subida del salario mínimo, y algunas tímidas inversiones públicas. Pero el alemán medio ha interiorizado tanto sus hábitos económicos que no ha aumentado la demanda interna, ni tampoco las inversiones, a pesar de los bajos tipos de interés.
El papel de Alemania se podría entender. Quiere que nadie se confíe, que países como Francia o Italia sean conscientes de las reformas internas que deben iniciar cuanto antes. Pero Alemania, como apunta Marcel Fratzscher, ex analista del BCE y presidente del influyente Think Tank DIW Berlin, se equivoca al no plantear planes mucho más ambicioso, que tengan en cuenta la oferta, pero también la demanda a escala europea.
Si no lo hace, asegura Fratzscher, Alemania corre el peligro de minar la credibilidad del BCE y reducir, así, la efectividad de esas medidas que prepara.
Publicado en: http://www.voceseconomicas.com/