El artículo corto, ingenioso, con adjetivos personalizados, hilarante, tiene un gran predicamento en España. En la prensa española han abundado esos ejercicios literarios, y a sus autores se les ha puesto siempre en un pedestal. Que tuviera una incidencia en la realidad, o que describiera con cierto rigor alguna situación, eso era, y es lo de menos. Y algunos periodistas, que se veían escritores, o escritores de ficción que jugaban a ser reporteros, tuvieron y tienen sus años de gloria.
Uno de ellos fue César González-Ruano, al que diseccionan con exactitud de cirujanos Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas en un profundo, documentado y muy recomendable libro El marqués y la esvástica (Anagrama, 2014).
El periodista, que se vendió a la Alemania nazi, asumiendo toda la propaganda del régimen, para venderla, a su vez, a la prensa española, siempre gozó de las simpatías de sus colegas, y fue, en realidad, un referente. Primó la estética y el oficio, y se dejaron de lado sus correrías de juventud. En los periódicos siempre se recurre a aquel latiguillo sobre algunos autores: “es que escribe como los ángeles”. Y, ciertamente, González-Ruano tenía pluma, y era rápido y productivo.
Pero estuvo al servicio del mal. Ganó mucho dinero, vivió a cuerpo de Rey, en una Europa que se desangraba, con una política destinada al exterminio de muchos colectivos, entre ellos de los judíos, de quienes el gran escritor se aprovechó sin que le temblara el pulso. Rosa Sala y Plàcid Garcia-Planas siguen varias pistas, pero no acaban de comprobar que Ruano estuviera implicado en el asesinato de judíos, a su paso por la frontera, en territorio de Andorra. Pero se aprovechó de ellos. Y ya en el París ocupado traficó con pases para judíos que estaban ya desesperados por huir. A muchos de ellos les estafó y ocupó sus viviendas, vendiendo sus bienes.
Un «jeta», o un anarquista de derechas, según Umbral
Acabó mal, porque le hizo la competencia a la propia Gestapo, que le detuvo y le llegó a encerrar en la prisión militar de Cherche-Midi. Y en 1948 Francia le condenó a 20 años de trabajos forzados por “inteligencia con el enemigo”. Por ello, se marchó como pudo y recaló en Sitges, en España, sin que regresara ya más a su París amado.
A Paco Umbral le gustaba Ruano, a quien, como se recuerda en el libro, calificaba de “anarquista de derechas”. Con ello, aquellos escritores del Madrid más desenfadado, venían a decir que Ruano era un auténtico “jeta”, pero claro, con una gracia para escribir sin igual. Antonio Muñoz Molina le ha desacreditado, no por colaborador nazi, sino también por esa supuesta prosa envidiable. Ruano también tiene defensores, desde ese campo periodístico. Lo cierto es que el libro ha provocado que la Fundación Mapfre haya retirado el nombre del “jeta” a su prestigioso premio al articulismo español.
El libro es apasionante y se lee como una novela, de forma trepidante. Los autores nos conducen a esa Europa terrible, a una época abominable, donde, es cierto, nadie estaba para grandes remilgos. Pero no todos estaban dispuestos a hacer cualquier cosa, no ya para sobrevivir, sino para patearse el dinero de juerga en juerga, como hizo el propio Ruano.
El otro caso, que se relata en un capítulo asombroso, es del Antonio Bermúdez Cañete, un periodista cordobés, cuya historia nos entristece, porque fue víctima de la intransigencia de las dos partes que se enfrentaron en España en la Guerra Civil.
Bermúdez Cañete era un hombre de derechas, católico, que acabó aborreciendo a los nazis. Corresponsal en Berlín de El Debate, el periodista se sintió entusiasmado por el fervor patriótico de los nazis. El periodista catalán, Eugeni Xammar, a quien se dedica una excelente exposición en el Palau Robert –comisariada por Joan Safont, dio cuenta de ese entusiasmo: “Uno de los hombres que corría de un lado a otro con aire anheloso y contento era el señor Bermúdez Cañete, corresponsal en Berlín del diario madrileño El Debate. Ante tanto entusiasmo por su parte no puede evitar decirle: ‘Está usted muy contento, Cañete. Está usted ya oliendo la repetición de una escena como ésta en Madrid. Para los nacionalsocialistas alemanes todo ha sido muy fácil, pero le advierto que para ustedes las cosas en España no lo serán tanto”.
Y es cierto que a Cañete aquello, inicialmente, le gustó. “Es un progreso que un católico austríaco (Hitler) proclame en Berlín, ante el entusiasmo delirante de Prusia, que está por la paz interior y exterior, por la lucha contra el materialismo, por la iglesia cristiana y por una labor de protección a los pobres”.
Pero apareció el periodista, surgió el crítico con lo que veía, con lo que escuchaba, con lo que comprobaba. Y Cañete comenzó a ser molesto para las autoridades nazis, a diferencia de Ruano, que estaba al servicio, sin más, del régimen totalitario. Los nazis llegaron a decir de él, como se apunta en el libro: es un periodista que se posiciona “partiendo de su conciencia y de su modo de hacer las cosas”. Sacrilegio. No era un buen servidor. No servía Cañete para la causa.
La embajada alemana se implicó. Y a Cañete, con esposa e hijo recién nacido, le expulsaron de Berlín. Por ser, como escribió Ruano en un artículo por encargo para desacreditarlo, –a un colega que conocía y a quien había ayudado a instalarse en la ciudad–, un “intransigente”. Un intransigente con el régimen nazi, claro, como recuerdan los autores de El marqués y la esvástica. Ese fue su delito.
La paradoja, lo que contrasta con esa vida de lujo y de placeres del “jeta” Ruano, que vivió muchos años como respetable periodista escribiendo en varios medios en España, ABC, La Vanguardia o Destino, es que Cañete fue asesinado a tiros.
Pocos meses antes de la Guerra Civil, fue elegido diputado de la CEDA, la alianza de partidos de centro-derecha católicos y regionalistas, Y el 20 de agosto de 1936, justo un mes después de estallar la guerra, fue detenido por las patrullas republicanas. Acabó en una checa. Y un día después le dieron el paseíllo. Trató de resistirse y fue, efectivamente, asesinado a tiros. Fue delante del Círculo de Bellas Artes de Madrid, porque Cañete había sido encerrado en la checa de Bellas Artes. Murió en el asfalto, en la calle Alcalá. Los autores reconstruyen la historia hablando con su hija Lola.
Los otros dos periodistas que aparecen en este relato reaccionaron de forma muy diferente al asesinato, lo que demuestra la dignidad de cada uno. Xammar, que representaba justo lo contrario que Cañete –vayan a ver la exposición—recuerda en sus memorias que fue asesinado –como recuerdan Sala y Garcia-Planas, al inicio de la guerra y de una forma rastrera, “baixament”, vilmente.
¿Y qué dijo Ruano, quien se había prestado para desacreditar a Cañete, tras un precio convenido? “Fue asesinado en España durante la guerra”. Punto. Sin más.
Los hombres y sus obras. Las bajezas de la vida diaria y la creación. No están reñidas, pero en un periodista esa afirmación cuesta más de sostener. Sin dignidad, lo que se cuente no tendrá mucho valor, aunque esté muy bien escrito, aunque cuente con el talento literario de Ruano.
Pero vayan a buscar más historias en el libro. Sentirán pasión por una época determinante para el conjunto de Europa.