Joan Roca, con Carlos Díaz, sentado, en su homenaje en el IBBB

Joan Roca, con Carlos Díaz, sentado, en su homenaje en el IBBB

“No me quiero retirar, pero sé que debo hacerlo, pero no me iré del todo, me tendréis aquí, defendiendo valores, ayudando en lo que pueda”. Son las frases de un profesor de Historia de un instituto peculiar, que él ha conducido como director durante muchos años. Es Carlos Díaz, una de las grandes referencias del Institut de Batxillerat Barri Besòs, que recibió hace unos días un largo, cálido y emocionante homenaje en el propio centro al llegar a la jubilación.

Díaz, muy conocido en la administración catalana, porque ha batallado lo indecible, peleándose con todo el Departament d’Ensenyament de la Generalitat cuando convenía, es uno de los muchos héroes ciudadanos que mantienen a flote la sociedad catalana. Cada uno en su espacio, con su responsabilidad. En el caso de Carlos Díaz su trabajo consistió en aunar los valores de un centro educativo con los de un barrio con grandes dificultades, con pocos equipamientos culturales, y con unos enormes deseos de alcanzar la dignidad.

Y hoy ese centro educativo, que ha sido y es una referencia de toda la zona en los últimos treinta años, desde su sede en la calle Pujades de Barcelona, muestra cómo se pueden establecer planes educativos con características propias, con ilusión, y mucho, mucho esfuerzo. Y pese a todas las restricciones del dinero público.

Díaz fue homenajeado, pero con él ha existido siempre un equipo de docentes, que quiere que el IBBB tenga una continuidad. El instituto cuenta con una emisora de radio envidiable, con una biblioteca majestuosa y social para el barrio y con auditorios y espacios para los alumnos. El gerente del Consorci d’Educació de Barcelona, Manel Blasco, presente en el acto de homenaje, admitió las dificultades en la que se encontraba la administración, cuando el director, Carlos Díaz, les reclamaba una inversión concreta, o les informaba de lo que pensaba hacer. Porque lo acababa haciendo.

El profesor tendrá una placa en el auditorio del centro. De hecho, Carlos Díaz, un extremeño más catalán que un catalán, como apuntó Joan Roca –ex profesor en el IBBB y hoy director del Museu d’Història de Barcelona—no hizo otra cosa que adelantarse a lo que reclaman en estos momentos los mejores economistas en España.

Explica Luis Garicano, catedrático de Economía en la London School of Economics, en su libro El dilema de España, que el componente clave que debería tener la reforma de la educación en España debería ser el cambio en la gobernanza de los centros. Lo describe pensando en un escenario de futuro, en lo que debería haber pasado en España si nos proyectamos en el tiempo. Y dice: “Como símbolo de la nueva autonomía de los directores para controlar y despedir a docentes –Garicano va más lejos, en un postulado claramente liberal, pero con el ánimo de potenciar a los mejores gestores—y para fijar sus salarios, en la entrada de todos los colegios, debajo del cartel con el nombre, figura ahora el de su director o directora”. Carlos Díaz ya la tiene la suya por gestionar un centro que lo tiene ahora todo y que partía de la nada.

El alcalde Trias, y Carlos Díaz, en la biblioteca del IBBB.

El alcalde Trias, y Carlos Díaz, en la biblioteca del IBBB.

Carlos Díaz no iría tan lejos, pero él impulsó, junto con otros colegas, como Josep Catà, el primer director del instituto, un proyecto propio que pasaba por un plan de publicaciones. Los padres aportaban un dinero al inicio del curso, que servía para muchas otras actividades del centro. Los libros se devolvían al finalizar el curso. Y el fondo se iba incrementando, y se gestionaba en función de las necesidades de los alumnos. Un sistema de cooperación, por tanto, desde la premisa de lo que quería ser y es el centro: enraizado en el medio donde se encuentra, abierto al barrio y al mundo, al funcionamiento democrático y participativo, que defiende la escuela pública y que promueve una educación de calidad”.

“Aquí se ha enseñado a ser personas, fueran luego universitarios o no”, clamó Díaz en su homenaje.

Pero hay algo más que afecta al propio Carlos Díaz como persona. A él, principalmente. Pero también a otros profesores del centro, como Josep Catà, Onofre Janer, Paco Marín, Salvador Sala, Josep Villalonga o Enrique Linés, entre otros muchos, y que justifican el título de este post. Decía Carlos Díaz que era él quien debía homenajear a los alumnos, a los padres, al resto de profesores, porque durante más de 30 años se había levantado cada día “feliz por ir al instituto”.

Era su proyecto de vida, era su carrera profesional que había relacionado con su modo de vivir, con su cosmovisión. La corrosión del carácter no le afectó en ningún momento, porque había vivido su profesión y había podido comprobar los efectos de su trabajo diario.

En La corrosión del carácter, del sociólogo Richard Sennet –es ya un clásico que se debe releer al calor de los nuevos tiempos—se expone cómo la falta de un horizonte profesional acaba afectando a la propia personalidad, con la pérdida de confianza, con la falta de integridad  y de compromiso. Si se acaba trabajando de mil maneras y en mil sectores diferentes, es el conjunto de la sociedad el que pierde un enorme capital.

El capitalismo ha evolucionado hacia cotas impensables, dejando en la intemperie a muchos ciudadanos, que no pueden establecer proyectos de vida, ligados a sus profesiones. El caso que explicó Sennet sobre dos generaciones de una empresa panificadora en Boston es sintomático, entre otros casos muy bien descritos y documentados. Se pueden hacer muchas cosas en esta vida, pero hay que poder tener tiempo para desarrollarlas, y confianza para poder hacerlo bien.

Carlos Díaz lo ha tenido. Y quiere seguir. Es su proyecto de vida. Y con él, y con un equipo de profesores con agallas, es el proyecto de un centro educativo que ha hecho y hace mucho bien. Ellos hace mucho tiempo que han Podido, que Pueden llevar la teoría a la práctica, aunque es cierto que muchos han olvidado, desde la izquierda, esa realidad, y que Podemos quiere recuperar ahora.

Y no hace falta que les diga que el autor de este blog estudió allí.