El movimiento soberanista en Catalunya alude, de forma optimista y valorando los logros de los últimos años, a la transversalidad de la apuesta. En la Catalunya moderna de los dos últimos decenios es cierto que nadie puede considerar que se han trazado fronteras, o divisiones insalvables. Pero, en gran medida, eso se ha producido porque no se ha forzado a nadie, porque no se ha puesto a nadie en la necesidad de optar. Y, cuando eso se ha producido, aunque hay excepciones, resulta que la transversalidad no es tan real.
De ello se debatió, aunque de forma tangencial, en el programa Divendres de TV3 esta semana. La idea surgió, tras los comentarios sobre la agresión al primer secretario del PSC, Pere Navarro. El tiempo dirá si Navarro ha optado por un buen camino, y si los socialistas podrán o no rehacerse electoralmente.
Pero, en el caso del que hablamos, resulta que las encuestas que se han realizado muestran una división por motivos de lengua y de origen social. Y eso, francamente, no nos gusta. Pensábamos que estaba superado.
En muchos momentos los principales actores del país, sean dirigentes políticos, pensadores u opinadores en los medios de comunicación han olvidado que se ha vivido de espaldas. Lo admitió el periodista Albert Om, cuando entrevistó en su programa a Jorge Javier Vázquez, el presentador televisivo.
Ha habido comunidades encerradas en ellas mismas, en gran media porque no necesitaban hacer otra cosa. Un señor de Vic, y ya sé que el ejemplo es muy manido, con su entorno social determinado, con su entorno profesional bien definido, y relaciones familiares estables, puede vivir en un mundo completamente diferente al de un señor de Setmenat, emigrante en los años cincuenta desde Andalucía, que también tiene su círculo social, profesional y familiar.
La empresa Gesop, que dirige Angels Pont, ha esclarecido la cuestión. En una encuesta, que publicó El Periódico en el mes de marzo, se constata que los catalanoparlantes son favorables a la independencia en un 68,8%, y contrarios sólo un 12,2%. Y, en el caso de los castellanoparlantes, sólo el 15,4% es favorable a la independencia, por un 58% en contra.
Esas diferencias también son notables en función del lugar de nacimiento. Y eso es una realidad. Todos ellos son catalanes, pero responden de forma totalmente diferente cuando se les insta a optar por su futura nacionalidad.
¿Es irremediable esa división? Lo que no se puede hacer es ocultarla.