Llega el final de 2013. Y a lo largo de 2014 España deberá asumir algunos retos pendientes. La estabilización de su economía, el posible crecimiento, aunque sea todavía muy endeble, y la tramitación de la nueva ley del aborto, que representa, en realidad, toda una metáfora de lo que puede y debería ser España.
El ministro de Justicia, Alberto Ruíz Gallardón se ha propuesto volver a una ley de supuestos, en el caso del aborto, considerando que la malformación de un feto no debe ser causa para abortar. Se trata de un retroceso, que sólo ha provocado los elogios de los sectores más conservadores de la iglesia española y también de la catalana, que en estas cosas no hay tantas diferencias, como ha dejado claro el arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach. Los elogios también los han formulado personas tan ejemplarizantes como Jean Marie Le Pen. No está mal.
Pero, al margen de lo que cada uno piense, o, precisamente por ello, Gallardón puede cometer –el trámite parlamentario podría mejorar las cosas—un grave error. Lo más curioso del caso es que en España se declaran liberales, como el propio Gallardón, personas que rehúyen todo lo que pueden de los principios del liberalismo político.
¿Por qué? El sueño de todo liberal es alcanzar un Estado neutral, en el que las políticas públicas que emprenda el Gobierno de turno no afecten a la concepción de aquello que cada ciudadano considera como moralmente bueno. Fue John Rawls quien en los años setenta marcó un punto y aparte en la filosofía política con su obra Teoría de la Justicia, en la que defendía la necesidad de llegar a ese Estado neutral. Resulta cansino incidir en estas cosas, porque deberían estar ya muy asumidas. Una corriente muy importante de la filosofía política, en los años noventa del pasado siglo, el “comunitarismo”, críticó el liberalismo de Rawls, al considerar que esa pretendida “neutralidad” escondía, en realidad, una determinada concepción del bien, basada en los valores occidentales de la ilustración. Ese debate fue intenso, y el propio Rawls se defendió con brillantez, en su otro gran libro: Liberalismo político.
El caso es que el liberal, consciente de su sesgo cultural, defiende que el Estado trate de ser lo más neutral posible. Y, acerca del aborto, se trata de facilitar las cosas a quien no quiere abortar, pero también a quien considera que es su mejor opción, después de descartar otras. ¿No era Gallardón un liberal?
El Estado no debe entrar en lo “moralmente” bueno, como ha llegado a considerar el ministro. Resulta curioso que sea el presidente de Extremadura, José Antonio Monago, quien haya acertado de pleno sobre el problema. El presidente de una de las comunidades que siempre se mencionan para acusarla de todos los males –es pobre, no reconoce las ayudas que recibe, carga siempre contra los catalanes—da en el clavo: “La ideología no tiene que introducirse en asuntos de Estado, como la Sanidad o la Educación, ni tampoco en la reproducción asistida o en el aborto”. Chapeau, señor Monago.
En estos días de asueto, y de tranquilidad familiar, el señor Gallardón podría leer a Rawls. A España le interesaría esa lectura.
Feliz 2014, y suerte. ¡La vamos a necesitar!