Calle Nyhavn, Copenhaguen, by Santi Martin, by Flickr

Calle Nyhavn, Copenhaguen, by Santi Martin, by Flickr

Ha llegado la hora de la verdad. El consejo europeo del 19 y 20 de diciembre debatirá y aprobará los primeros pasos de una unión bancaria que debe ser decisiva para evitar o paliar nuevos desastres financieros. España, unida en esta cuestión a la Comisión Europea, no conseguirá que se llegue hasta el final. El proceso será más lento de lo deseado, en gran medida porque Alemania quiere ir con pies de plomo. Si se quería una mutualización de la deuda, lo que se consigue es una mutualización muy limitada, y con los fondos de los propios bancos. Los expertos consideran que esos fondos no serán suficientes si alguna entidad de gran tamaño corre peligro.

Pero la oportunidad para mejorar las economías del sur de Europa también llega con la formación del nuevo Gobierno alemán. Los socialdemócratas han decidido a los ministros que entrarán en el Ejecutivo de la canciller Angela Merkel. El propio líder del SPD, Sigmar Gabriel, será vicecanciller, responsable de Economía y Energía, estableciendo un triángulo de poder junto a la propia Merkel y con el ministro de Hacienda, Wolfgang Shäuble. También será importante la entrada de Andrea Nahles, como ministra de Trabajo y asuntos sociales, y Frank Walter Steinmeier, al frente de Exteriores.

Existe una cuestión que la izquierda española y algunos economistas no dejan de poner sobre la mesa. Si el SPD es capaz de influir y cambiar de dirección la política del Gobierno alemán, incrementando los salarios de los trabajadores alemanes, que han sufrido como nadie las llamadas devaluaciones internas, –en la última década–, si el PSD consigue, por tanto, incrementar la demanda interna, países como España se verán beneficiados. Y, con ello, se conseguirá un mayor equilibrio interno en la zona euro, al compensar los enormes superávits de Alemania con los déficits de los países periféricos.

Los datos, sin embargo, nos plantean algunas dudas. La idea, antes de concretarlos, es que el problema no es sólo Alemania. El gran escollo para Europa lo constituye un grupo de países, los nórdicos, algunos de ellos fuera del euro, pero con sus monedas ancladas al euro, que rompen cualquier equilibrio con superávits enormes año tras año.

La relación de Alemania con todos ellos, además, hace pensar que una mayor demanda interna de los alemanes no beneficiará a los países del sur. Podría beneficiar en gran medida a los nórdicos, con lo que España no encontraría una gran solución.

Alemania presenta beneficios en su balanza por cuenta corriente de 125.000 millones de euros, de media en los últimos años. China, el país al que se le acusa de todos los males por esa misma circunstancia, tiene unos 162.000 millones de euros. Pero es que los países nórdicos, pequeños, pero muy dinámicos, llegan a sumar 406.000 millones de euros. Entre ellos están Suecia, Dinamarca, Noruega y Suiza, que no forman parte del euro, pero también figuran Austria y Holanda. Son los, junto a Alemania, siete magníficos del superávit. Lo deja claro Hermal Dervis en su artículo Northern Europe’s Drag on the World Economy.

Lo que podría hacer Alemania con una mayor demanda interna lo explica Daniel Gross, que rechaza que los alemanes se hayan transformado en el gran chivo expiatorio de Europa. Resulta que los países periféricos de la eurozona explican un 10% de las importaciones alemanas. En cambio, el paquete de países nórdicos representan hasta el 40% de las importaciones alemanas. Gross sitúa a otros países potencialmente más beneficiados por esa demanda interna alemana, como Rusia, China o Japón. Todos ellos estarían por delante de países como España.

La teoría, en todo caso, sigue en pie. Pero se debe extender a los países nórdicos en su totalidad. Para lograr un mayor equilibrio, para que un club como el europeo pueda avanzar, la demanda agregada debe incrementarse en Alemania, pero también en el resto de países con superávit. Es decir, la presión debe concentrarse en Austria, en Holanda, en Dinamarca, o en Suecia.

Si eso no se consigue, España podría pensar, aunque se siga sin querer verlo, en posibles reestructuraciones de su deuda. Si no se colabora con España, se deja de pagar. Si no se desea un club equilibrado, sin enormes superávits y grandes déficits internos, es mejor tomar decisiones drásticas. ¿O no?