Banco de España, por Patrick Rasenberg, by Flickr

Banco de España, por Patrick Rasenberg, by Flickr

Los libros de memorias, las biografías, suelen ser frustrantes para los lectores que indagan, que desearían encontrar autocríticas, el reconocimiento de errores o las justificaciones de aquella decisión, a priori, tan incomprensible.

En el caso del ex ministro de Economía, Pedro Solbes, su libro Recuerdos (Deusto, 2013), deja claro lo que se intuyó en su etapa en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Admite que quiso rectificar en 2008, después de ganar las elecciones, y que pretendía, ya en ese momento, frenar los salarios y ajustar las pensiones. Controlar el gasto y, aunque dando por sentado que el déficit sobrepasaría el 3% del PIB, aplicar rápidamente un plan de estabilidad fiscal. Pero no pudo ser. Todo esto lo sabía antes, claro, pero no se podía aplicar, a su juicio, en periodo electoral. Y ya con la victoria en las elecciones, Zapatero no quiso hacerle caso, porque hubiera sufrido, en breve, dos huelgas generales, tal y como le justificó a Solbes para no aplicar sus recetas.

Perfecto. Pero vaya jugada para la ciudadanía española, ¿no? Dos años perdidos, hasta aquel nefasto 10 de mayo de 2010, donde la Comisión Europea puso firme a Zapatero.

Hay otra lección. Unos pocos años antes, en 2003. Rodrigo Rato acaba ahora de comparecer en el Parlament de Catalunya para dar cuenta de su gestión al frente de Caja Madrid y de Bankia, a cuenta de la integración, entre otras cajas, de Caixa Penedès. Y sí, el diputado de la CUP, David Fernández, exhibió una sandalia, como los musulmanes, en un claro acto de desprecio hacia Rato. Pero no se mencionó, ni Rato lo recordó, que como ministro de Economía tuvo una gran responsabilidad en los errores que cometió la economía española.

No todos los medios de comunicación recogieron distintas informaciones y señales sobre lo que ocurría en el sistema financiero, con los créditos concedidos al sector inmobiliario. Pero se publicaron. Y en octubre de 2003, el día 3 para ser más preciso, el diario ABC, por ejemplo, reflejaba la seria advertencia del Banco de España. El organismo, que presidía Jaime Caruana, había publicado en su Boletín Económico del mes de septiembre los problemas que podían complicar las cosas.

La autoridad monetaria advertía del peligro de un posible “ajuste  brusco” en los precios del mercado inmobiliario español. Y lo hacía de persistir la sobrevaloración de hasta un 20% que, según sus cálculos, pesaba sobre los precios de la vivienda. Y recordaba que, cuanto más tiempo transcurriera sin acometer un ajuste, sin que se iniciara una “convergencia”, el riesgo de que el ajuste fuera mayor y “más brusco de lo deseable” sería real.

¿Hubo reacción por parte de Rato? No, Al revés. Fue Rato el que pidió explicaciones a Caruana.

Un mes más tarde, el día 18 de noviembre, y seguimos utilizando las informaciones que publicó el diario ABC, el Banco de España comunicaba que apreciaba una «sobrevaloración de la vivienda similar a la que se produjo en el anterior ciclo alcista de principios de la década de los noventa». Y, por tanto, y como había ocurrido entonces, esa sobrevaloración se podría absorber “de manera gradual”. El alza de los precios, según la autoridad monetaria, sería, por tanto, consustancial a los periodos de crecimiento macroeconómico. El toque de atención de Rato al organismo había surtido efecto.

Estamos en noviembre de 2013. Han pasado diez años. Y lo que queda claro es que hubo responsables, se tomaron decisiones a pesar de saber que ocurrían cosas graves. Y se tomaron en sentido contrario a lo que exigía la situación. O, en todo caso, no en la dirección que precisaba el estado de la economía española.

Solbes se fue del Gobierno. Pero, como él mismo reconoce, ayudó a Zapatero a ganar unas elecciones sin acometer, en el periodo electoral, las medidas que se precisaban.

Y Rato sigue ahí, ahora en el Banco Santander.