Las ventajas de los primeros años de un mandato son evidentes. Máxime cuando se dispone de una cómoda mayoría parlamentaria. En España, guste o no, al margen de las necesarias críticas, una de las ventajas de las que dispone el país es que hay una mayoría absoluta, capaz de tomar decisiones y asumir riesgos. Mariano Rajoy lo ha hecho a medias, sin querer, todavía, afrontar una reestructuración de la administración pública del Estado, que podría llevar a una, también, reducción estructural del gasto.
Y en Alemania, que es lo que nos ocupa, la canciller Angela Merkel podrá disponer, en pocas horas, de un nuevo mandato para seguir un camino iniciado en los dos últimos años y que debería culminar en una unión económica y fiscal de Europa a medio plazo.
En otras ocasiones este blog ha considerado las razones de Merkel para ir con pies de plomo y exigir garantías a todos sus socios europeos, antes de emprender un proyecto que a los ciudadanos alemanes les costaría una enorme transferencia de recursos. Y por ello, hay que pensar también en los desequilibrios internos de países como España, que ahora, forzados por la crisis, (cuando deberían haber atendido esas circunstancias desde el inicio de su entrada en la zona euro), han reorientado el camino. Pero Alemania tiene unas responsabilidades, y debe ejercerlas. Habermas, el gran filósofo alemán, ha criticado esa dejación de sus responsables políticos.
Merkel, por tanto, tiene la gran oportunidad para llevar a Europa hacia los Estados Unidos de Europa, con permiso, claro está, de Francia, que, históricamente, ha sido el país que más dificultades ha presentado para ceder su soberanía. Tiene esa responsabilidad, al margen de su querencia por ofrecerse en función de lo que esperan los ciudadanos alemanes de ella.
Alemania disponde de un superávit enorme, casi insultante, que en un club, como la Unión Europea, es insostenible. Alcanza más del seis por ciento de su PIB. Y eso implica, aunque cueste entenderlo, que los ciudadanos alemanes apenas reciben un rédito razonable por sus ahorros. Esa es una de las explicaciones de que, aparentemente, los ciudadanos españoles hayan aparecido como más ricos que los alemanes, porque invirtieron (el análisis es certero salvo en los últimos cuatro años, donde esas inversiones han sufrido el estallido de la burbuja inmobiliaria) en la compra de sus propias viviendas. El alemán, que, culturalmente, no ha invertido en inmuebles y no toma riesgos excesivos al colocar su dinero, no recibe, por tanto, grandes beneficios por sus ahorros, y parecen, por ello, menos ricos que sus vecinos del sur de Europa.
En cambio, si Alemania opta a partir de ahora por incentivar el consumo, por aumentar la demanda agregada de su economía, con un menor superávit exterior, la medida será positiva para los países del sur de Europa, como España. Pero también será positiva para los sufridos ahorradores alemanes.
Esa posibilidad podría cobrar fuerza si Merkel acaba gobernando con el SPD, más partidario de caminar en esa senda, aún a riesgo de que aumente ligeramente la inflación.
Y, por supuesto, con el SPD, la coalición de la CDU-CSU que lidera Merkel, consolidaría los pasos iniciados hacia la unión bancaria, la decisión necesaria hacia la unión fiscal y económica europea, bajo la vigilancia, eso sí, del Tribunal Constitucional alemán, para que no se traspasen los límites.
Existe, además, una cuestión doméstica para Alemania. El SPD, y, por supuesto, Der Linken (La izquierda), han reflejado en la campaña electoral la situación delicada de los trabajadores alemanes. Los salarios alemanes son bajos, se cuentan como puestos de trabajo contratos de muy pocas horas a la semana, que, aunque pensados para estudiantes, también los adoptan otros colectivos. Esa presión de la socialdemocracia alemana (aunque esté en horas bajas) será positiva para Merkel, y para el conjunto de la Unión Europea.
A esa coalición se podrían sumar los Verdes, comprometidos también en una mayor integración europea.
En todas las informaciones respecto a la campaña electoral alemana se ha destacado un hecho: a los ciudadanos alemanes les gusta el consenso, la no agresión partidista, la resolución conjunta de los problemas.
¿Y en España? Esa es otra cuestión, pero la impresión de que el edificio se va cayendo, agrietado por todo tipo de problemas y de conflictos, también territoriales, como pone de manifiesto el reto de Catalunya, es evidente.
Por ahora, la palabra la tienen los alemanes, que votarán este domingo. Los españoles también esperan sus respuestas.