Nicosia, Chipre, por Samuel Santos, vía Flickr

Nicosia, Chipre, por Samuel Santos, vía Flickr

Los alemanes han comenzado a comprobar que no son queridos, que sus socios en la Unión Europea han iniciado un camino sembrado de desconfianza. Y será difícil reanudar esa senda, después de lo que ha pasado en Chipre. Los errores no son sólo de Alemania, pero sus gobernantes han cometido, desde el inicio de la zona euro, el error más importante: el voluntarismo de construir un proyecto maravilloso sin tener todos los instrumentos preparados.

En un club, todos sus miembros se deben ayudar. En caso contrario, no tiene sentido pertenecer a él. Es cierto, sin embargo, que esos socios deben ser responsables. Deben asumir que han perdido capacidad de maniobra, y que todos dependen de lo que haga el país vecino.

Alemania detesta la inflación. Y puso como condición que el Banco Central Europeo velara por su control. Hay razones históricas conocidas, pero también hay una razón muy actual: los ahorradores, los pequeños y grandes inversores, los jubilados, pierden con una inflación elevada. Pero el crecimiento se basa en la inflación, es necesaria, siempre que no se desborde, claro.

El hecho es que se controló la inflación. Y se sentaron las bases para que el BCE se dedicara a esa misión. La Comisión Europea se erigió como el cancerbero de todas esas esencias que había marcado Alemania. Y durante once años, los que llevamos de euro, esa ha sido la política. Esa, junto al control de la deuda pública, y el déficit.

Con esas reglas jugaron países como España. Y, claro que los gobiernos españoles pudieron hacer ‘más cosas’, como le gusta decir a Mariano Rajoy. Pero el poder político no puede hacer gran cosa cuando es el sector privado el que decide endeudarse hasta las cejas. No puede hacer mucho cuando otros países inundan los mercados de dinero, con tipos de interés muy bajos, porque, además, esos tipos de interés ayudan a uno en concreto para que pueda cumplir el sueño de la reunificación.

No era ese el problema de España al inicio de la crisis, en 2008. No era la deuda pública ni el déficit el problema. Y la inflación, siempre algo más elevada que la media europea, tampoco lo era. ¿Cuál era el problema?

El problema era el déficit exterior. El déficit en la balanza por cuenta corriente, que llegó a alcanzar en esos años, al inicio de la crisis, el 10%. Es decir, que necesitaba para funcionar, dinero prestado e importaba mucho más de lo que exportaba.

En otras ocasiones hemos citado a Raghuram Rajan. Lo volvemos a hacer. El economista jefe del FMI, entre 2003 y 2007, explicitó los problemas en las balanzas por cuenta corriente en su libro Grietas del Sistema. (Deusto, 2011).  Evidenció que los países que optaron por un modelo totalmente volcado a las exportaciones, que habían renunciado a robustecer su demanda interna, estaban distorsionando todo el sistema internacional. Alemania, Japón en su momento, China, o Corea del Sur son países que han tomado esas decisiones.

Pero, como apunta Juan Francisco Martín Seco, el que fuera secretario general de Hacienda en los gobiernos de Felipe González en los años ochenta, que acaba de publicar Contra el euro  (Península, 2013) –un buen documento para entender lo que ha pasado en los últimos 25 años en España y Europa— a nivel internacional ese problema se está gestionando. Es decir, China y Estados Unidos, como los ejemplos de dos formas de entender la política económica, se necesitan, se complementan y buscan un entendimiento.

En cambio, ¿qué ha pasado en la Unión Europea? ¿En la zona euro? Simplemente que no se ha querido vigilar ese problema. Las autoridades europeas, que carecen de la legitimidad democrática, decidieron a finales de 2011 atar cabos y buscar mecanismos para mejorar las distorsiones que se han creado entre los diferentes países. Y se decidió multar, incluso, a los estados que no se sometieran al control presupuestario de la Comisión Europea. Se habló de nuevo de déficit, de deuda, de inflación, pero se incluyó el gran olvidado: la balanza por cuenta corriente. El control especial por parte de Bruselas llegará cuando un país pase del 4% en ese capítulo. Recuerden que España llegó a pasar del 10%.

España dio la batalla por la otra distorsión: el superávit en la balanza por cuenta corriente. El país en el que pensaba era Alemania, que presenta un enorme superávit. Y las alarmas se situaron a partir del 6% en esa cuestión. Pero el Ecofin decidió que no se sancionaría, en ningún caso, por ese motivo.

Keynes, por Steve Hunnisett, vía Flickr

Keynes, por Steve Hunnisett, vía Flickr

Hay que recordar, en un blog como éste, que John Maynard Keynes quiso obligar a que los países con superávit gastaran o prestaran dinero. Estados Unidos, en las negociaciones de Bretton Woods, se negó. El mundo era suyo, tras la II Guerra Mundial, así que no iba a permitir obstáculos a la etapa de superávit que se le presentaba, con una Europa arrasada. Y la concesión a los postulados de Keynes fue la creación del FMI, en 1944, para ayudar a corto plazo a los países deficitarios, con duras condiciones. Pues bien, esta parece que es la opción que desea implantar ahora Alemania, sin recordar que fue de los países que recibió, precisamente, más ayuda.

La lección parece clara. Yo, alemán, no me equivoco. No tengo por qué gastar más. Tu, español, has gastado demasiado. Debes pagar, y disminuir tu demanda interna. ¿No ven que así no se va a ninguna parte?

Lo que Alemania no entiende es que ese club, con esas reglas, no tiene sentido. No hay un presupuesto europeo digno de tal nombre, no hay una supervisión de verdad – ¿por qué no se fijaron en los déficits exteriores y en los superávits, el verdadero problema de la zona euro?— y no hay un Tesoro único.

Con todos estos impedimentos, tras conocer las quitas a los ahorradores e inversores de Chipre, tras comprobar los titubeos, las rectificaciones de los dirigentes –¿qué dirigentes?—de la zona euro, no queda otra que exigir ya decisiones enérgicas.

Alemania podría constatar que lo que reclama a países como España es imposible de cumplir. Wolfgang Münchau, analista de Financial Times, ve la ruptura del euro muy próxima.

El remedio es posible, porque, no se olviden, la Unión Europea es la primera potencia comercial del mundo. Pero hay que correr a toda velocidad.