Mapa de Europa, 1900, de José Reinoso, vía Flickr

Este año ha comenzado bien. Es una afirmación un tanto arriesgada, seguro. Pero los mercados han vuelto a confiar en los países de la periferia europea. Han regresado capitales procedentes de Estados Unidos y de inversores de los países del corazón de Europa. Lo peor ha pasado, y se aleja la gran amenaza que suponía la ruptura del euro.

Esta es una lectura posible de lo que está sucediendo. El precio para muchos países, entre ellos España, es altísimo. Nadie duda de ello. Pero es una interpretación cierta, que denota un imperativo: sin una estabilidad macroeconómica, sin la posibilidad real de financiar un país, cualquier otra operación política y económica está condenada al fracaso. Y España se financia mejor en estos dos meses de año, ya lo hacía en los últimos dos de 2012, que en el conjunto del año anterior.

Pero todo podría ser de otra manera, menos traumática. Habría otra salida para España, practicada durante décadas. Se llama devaluación de la moneda. Es más justa. ¿Por qué? Si mañana, con una moneda propia, fuéramos todos más pobres, si todo, de golpe, se pudiera devaluar un 30%, la percepción de la situación no sería tan catastrófica. España lo ha practicado toda su vida. Salvo desde que pertenece a la zona euro.

Y, ¿qué se ha hecho, o que se pretende hacer? Una devaluación interna muy, muy dolorosa, con un desequilibrio enorme, porque el reparto del sufrimiento es desigual. Creo que quien mejor lo ha definido, con una crudeza sin parangón, pero con toda la honestidad, ha sido el ex presidente de La Caixa, Josep Vilarasau. Vale la pena reproducir aquí un fragmento de una magnífica entrevista a Vilarasau de Xavier Vidal-Folch en El País:

«Ningún rico pagará nada. Se irán a otros países, incluso a las mismas entidades con las que trabajan, pero a las sucursales en otros países. Se irán a Singapur, adonde sea. No hay remedio, porque los ricos, por muy ricos que sean, por muy aparatosos que aparezcan, son pocos y, aunque cada uno pague mucho, aportan muy poco a Hacienda. La principal fuente de recaudación es siempre el impuesto sobre la renta de la gente normal, que no tiene ganas, tiempo ni conocimientos para llevar sus 20.000 euritos ahorrados a otro sitio. Esta gente es la verdadera riqueza de una nación»

De acuerdo. Sabemos dónde estamos. Pero, ¿a qué obedece el título de este post?

Volvemos a las paradojas de esta crisis. Alemania ve las cosas bajo un prisma tan diferente que causa pavor pertenecer al mismo club que los alemanes. Y, aunque en este blog se critica de forma frecuente las políticas de la cancillera  Angela Merkel, hay que cuestionarse siempre los propios principios. Así que vamos a desgranar el análisis alemán.

Europa Postas, 1794, Biblioteca Nacional, vía Flickr

La interpretación que podemos escoger es la de Hans-Werner Sinn, profesor de Economía en la Universidad de Munich, presidente del IFO y miembro del consejo asesor del ministro de Economía alemán, Philipp Rösler.  Sinn es un halcón. Se mueve en la ortodoxia, la que considera la inflación como un enemigo feroz, la que entiende que no puede haber desequilibrios presupuestarios.

Y ofrece algunos datos que son muy ilustrativos. Alemania ha realizado un esfuerzo titánico para ser un país muy competitivo. No tiene apenas paro, pero sus trabajadores cobran bajos salarios, con cotizaciones muy pequeñas a la seguridad social, a través de esos famosos mini jobs. Frente al gran rival histórico, Francia, las diferencias son abismales. Según un estudio de Goldman Sachs, Francia tendría que depreciarse un 20% en relación con la media de la zona euro y en un 35% respecto a Alemania para poder equilibrar su deuda exterior. España, podríamos pensar que está peor, pero es cierto que el auge de las exportaciones y la caída de las importaciones ha reducido el déficit exterior.

Este sabio alemán rechaza las pretensiones del presidente francés, François Hollande, de devaluar el euro. Recordemos los números. Entre 2006-2008 el euro cotizó a 1,55 dólares; en julio de 2012 a 1,20 dólares, y ahora está a 1,35. Por tanto, no se puede decir que haya batido todos los récords, pero ha subido.

El argumento es que las intervenciones del Banco Central Europeo y del Fondo Monetario Internacional han posibilitado que no se rompa el euro. Han tratado de substituir la escasez de capital privado con crédito público. Y el BCE, en particular, lo ha hecho por un importe de unos 900.000 millones de euros. La garantía de esos créditos han sido los bonos estatales. Es decir, a riesgo de que esos bonos de deuda se devaluaran, y con el objeto de salvarse a sí mismo, el BCE, capitaneado por Mario Draghi, compró esos bonos y, además, anunció que si fuera preciso, lo haría de forma ilimitada. De forma paralela, se constituyó el Mecanismo Europeo de Estabilidad para salvaguardar a los estados y a los bancos.

¿Y qué ha ocurrido? Ciertamente el euro se ha salvado. Los mercados se han calmado y el capital regresa. El euro se ha reforzado, sí, y retoma su poder frente al dólar. Pero Draghi ha rechazado las pretensiones de Hollande, porque si el BCE se dedicara a comprar divisas extranjeras, para devaluar el euro, la confianza en la moneda europea caería de nuevo y volveríamos al punto de partida.

Sí, todo esto está muy bien. Pero resulta que ha provocado algunas consecuencias que para España –veremos los próximos meses—son perjudiciales. Y también lo son, a juicio de Sinn, para la propia Alemania.

Sigamos con el argumento. Esa apreciación del euro puede derivar en un contagio de la periferia hacia el centro, porque los contribuyentes y pensionistas –que odian cualquier indicio de inflación porque pierden poder adquisitivo y valor en sus inversiones— se colocan ante un gran riesgo financiero. Y para los países que necesitan recuperarse, es un obstáculo para las exportaciones.

Conclusión. El rescate de Europa, con un euro más fuerte, ha estabilizado la deuda de los países con problemas, con tipos de interés más bajos, pero reduce la competitividad de los países meridionales.

El BCE ha logrado rescatar Europa, pero pone trabas a una mayor depreciación interior, que sería la única solución para que países como España puedan salir, poco a poco, del túnel. Esa depreciación quiere decir, para entendernos, bajadas de salarios brutales en todos los ámbitos.

Visión de Alemania, por tanto: una purga total, muy en clave calvinista, sin contemplaciones. Dura, y a esperar.

Y no pensemos que están obsesionados con España. Lo que defienden les encantaría que lo aplicara Francia, su gran objeto de deseo.

Lo curioso es que esa visión, con otros matices, con otras formas, nunca tan directas ni bruscas, la comparte el director de Bruegel, Jean Pisani-Ferry. Lo que pide, como una característica propia, es que los bancos centrales se coordinen mejor, y no caigan en una batalla monetaria, y la comunidad internacional –el añorado G-20 del inicio de la crisis—coopere con intensidad, porque lo que está en juego es lograr un equilibrio global.