El siguiente país en caer puede ser Francia. La arrogancia de Alemania no tiene límites y el ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, ha encargado al comité de sabios de la canciller Angela Merkel un informe que arroje luz sobre la economía francesa. La ortodoxia alemana ha logrado que el FMI también sospeche sobre Francia y se pida, conjuntamente, que se inicien sin más demoras las reformas necesarias.

¡Nadie entiende que el estado francés dedique al gasto público el 56% de su PIB!

Alemania sigue a lo suyo, aunque el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, ya ha alertado que su economía puede entrar en recesión. El gobierno alemán cree que puede salir airoso de esta crisis, porque actúa ya como un actor en solitario, que puede competir de igual a igual con el resto de potencias mundiales, como Estados Unidos o China.

Sin embargo, ese es el peligro real. La economía mundial no ha hecho gran cosa por solucionar los grandes desequilibrios que provocaron hace ya cuatro años esta grave crisis. Porque, al margen de lo que haga cada país de forma individual, con errores y aciertos –España no lo ha hecho bien y eso es una evidencia—lo importante es ver el conjunto del sistema.

Y Alemania y China suponen en estos momentos un desafío para todo el planeta, porque acumulan excedentes, y siguen sin animar sus demandas internas. Piden compradores para sus productos, pero ellos mismos no gastan, y no dejan de ahorrar. Y eso es un problema para todos.

Antes, vamos a retroceder a la Francia de los años 30, cuando acumulaba montañas de oro y provocaba, junto con la Reserva Federal de Estados Unidos, una restricción del crédito que llevó a la Gran Depresión.

La situación era un tanto absurda. Recuerda Liaquat Ahamed, en sus Señores de las finanzas (Deusto, 2010), que los lingotes eran tan pesados  –una pieza de 43 centímetros cúbicos pesa alrededor de una tonelada—que se decidió no transportarlos.

Así, ese oro francés estaba, en realidad, en Londres, en el Banco de Inglaterra. La disminución de las reservas de oro de Gran Bretaña y la acumulación en Francia exigían una operación rídicula. Unos hombres bajaban a las cámaras acorazadas del Banco de Inglaterra y cargaban lingotes en una carretilla de madera con ruedas de goma, las empujaban con esfuerzo y, a unos diez metros de distancia las descargaban. En ese lado de la habitación dejaban los lingotes, con las correspondientes etiquetas blancas que señalaban que ahora, esos lingotes pertenecían a la Banque de France o al Banco de la Reserva Federal.

Esa fórmula, que no era en absoluto una tontería y que significaba una restricción del crédito, llevó a Lord D’Abernon, embajador británico en Alemania después de la guerra, a asegurar: “Esta depresión es la más estúpida y gratuita de la historia”.

¿Por qué hemos viajado a Francia? Porque ahora es China la que puede repetir aquella experiencia.

Juan Ignacio Crespo, en su libro Las dos próximas recesiones (Deusto, 2012), afirma que si las economías de todo el mundo siguen la evolución de los últimos 15 años, todas las reservas de oro y divisas mundiales acabarán acumuladas en las cámaras acorazadas del banco central chino o en las cuentas de depositaría de títulos designadas a tal efecto por el banco chino. El resto de países, sigue Crespo, “no tendría más opción para mantener las importaciones necesarias para que sus respectivas economías siguieran funcionando que pedir prestado al banco central chino”.

Crespo ve en esa proyección una pesadilla de una novela de ciencia ficción. Y cree que no sucederá. Pero China acumula un tercio de las reservas mundiales de oro y divisas, la misma proporción  que acumuló Francia en los años treinta, y que fue responsable, junto a Estados Unidos, de la Gran Depresión. Y como Francia entonces, China mantiene su moneda, el renminbi, infravalorada.

Así que lo que pase en la próxima década dependerá en gran medida de un señor, de Xi Jinping, que será elegido secretario general del Partico Comunista Chino este mes, y presidente de China en marzo. De él depende que China decida incentivar el consumo interno, invertir sus excedentes con criterio, permitir una apertura política que los chinos exigirán cada vez con más fuerza si el crecimiento económico se debilita, y buscar salidas más sostenibles al conjunto de la economía china.

Respecto a Alemania ya seguiremos….