En Europa hay inteligencia. Quizá sea una aseveración atrevida, si atendemos a la experiencia de los dos últimos años. Seguro que es también una afirmación que expresa un deseo de intenciones. Pero se basa en algunas realidades que se han podido constatar en los últimos días. La Europa del sur sufre, pero no se atreve a tomar las riendas. La Europa del norte exige, pero tampoco sabe muy bien qué consecuencias tendrá todo esto. La cuestión, y en las próximas líneas lo veremos, es que existe un cierto consenso sobre qué se podría hacer.
Para España es una suerte que en estos momentos esté al frente del Banco Central Europeo el italiano Mario Draghi.
Vive en Frankfurt, le encantan los museos de la ciudad alemana, y los visita con su mujer. Ese es un buen punto de partida para satisfacer a los alemanes. El otro elemento importante es que Draghi está comprometido personalmente con la estabilidad de precios. Profesionalmente se debe a ello, porque forma parte del mandato que debe cumplir el BCE. Pero Draghi añade otra circunstancia: su familia perdió una gran parte de sus ahorros, prácticamente de golpe, en los años 70, por culpa de la inflación, muy elevada en Italia en aquella época.
Draghi, por tanto, parte con cierta ventaja para convencer a los alemanes de que es necesaria una cierta flexibilidad. Porque la tarea que se ha propuesto, tratar de equilibrar la zona euro, es mayúscula si tenemos en cuenta la presión enorme de Alemania.
La entrevista que Draghi concedió hace una semana al semanario Der Spiegel es para recordarla de aquí a unos años, si es que todo acaba bien. El influyente semanario lo somete a una auténtica tortura dialéctica, que tiene como centro, casi exclusivamente, la inflación. Eso es lo que preocupa a los alemanes. Ya sabemos las razones históricas, pero la obsesión parece excesiva.
A Draghi le reprocha el semanario que los inversores alemanes puedan estar pagando los platos rotos de la zona euro. Le critica que el BCE pueda comprar a gran escala “bonos soberanos emitidos por los endeudados países del sur de Europa”. Y el presidente del BCE ofrece una de las mejores respuestas que se pueden ofrecer y ante el interlocutor más exigente. (Mariano Rajoy debería agradecerle de corazón el argumento expuesto):
“La crisis de confianza supone que el dinero está huyendo hacia Alemania. Y ello deprime los tipos de interés en Alemania y los sube en otros países hasta niveles injustificadamente elevados. Es decir, los tipos de interés reflejan, entre otras cosas, las especulaciones sobre la posibilidad de que el euro se rompa. Y esas especulaciones son infundadas y tenemos que contraatacarlas”.
¡Bravo!
España, haga lo que haga Alemania, tiene un serio problema de competitividad que está tratando de resolver. Y una de las salidas es la reducción de los costes laborales, pero no únicamente los salariales. También debe ir acompañada de una reducción de márgenes y de precios, sin olvidar el esfuerzo paralelo en innovación y formación.
Eso está claro.
Pero todo lo que haga no conducirá a nada si los países del centro de la zona euro no aumentan su demanda interna. Si España no vende con fuerza hacia ese centro de la zona euro, lo que puede experimentar, y todos los países del sur con una situación similar a la española, es una deflación. Y ésta sólo se podría solventar con la tan temida transferencia de renta del norte hacia el sur. Si ésta última salida no se desea, lo más lógico sería que se adoptara la primera medida, que se alentara las exportaciones españolas.
Y eso queda en estos momentos en manos de Alemania. (El patrón de consumo de los alemanes sigue siendo de los más extraños del mundo, porque hace décadas que el gobierno alemán decidió ser un país volcado totalmente al sector exterior).
Y aquí viene cuando al autor de este blog se le saltan las lágrimas de alegría al encontrarse con las opiniones de Christopher T.Mahoney, ex vicepresidente de Moody’s. En su Who will lead the revolt against Germany, Mahoney deja claro que los directivos de las agencias de calificación, pese a todos sus errores, buscan una solución global, europea, a la crisis. Y pide que los políticos sureños, los de la periferia del euro, dejen de lloriquear y actúen de una vez, uniendo sus fuerzas.
Reclama Mahoney que los países del sur entiendan que Alemania no tiene por qué tener capacidad de veto, y que dejen de temer al Bundesbank, y apuesten por influir en la gobernanza del BCE, con la disposición y el atrevimiento que ya está demostrado Mario Draghi (esta última apreciación es del autor de este blog).
Mahoney está en lo cierto. Habla de Rajoy y asegura que entiende lo que hace, aunque lo ve insuficiente. Hay que tomar el poder, viene a decir. En caso contrario, como se apuntaba anteriormente, España, también Italia e incluso Francia, podrían entrar en una espiral deflacionaria, que se agrava con el deber de pagar la deuda, que conduciría al desastre de la zona euro.
Pero, por lo menos, digamos en voz alta que hay inteligencia, que Draghi y Mahoney, que el BCE y el ex ejecutivo de una agencia como Moody’s, ofrecen un poco de esperanza.