Las políticas de austeridad siguen provocando estragos en la sociedad española, y en el conjunto de países de la zona euro. Pero, principalmente en España, y más en Catalunya, revolucionada ahora con el importante movimiento independentista, es un tanto irresponsable, casi, criticar al país que lleva las riendas de Europa: Alemania.
Se considera un sacrilegio.
Ello se debe a una comparación que el propio presidente de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas, ha llegado a formular. Catalunya está cansada de España, como Alemania del sur de Europa, es decir, de España. Pas mal.
Pero los principales perjudicados de la política ciega e insensata de Alemania son, precisamente, los catalanes, que sí están cansados y angustiados porque están percibiendo y experimentado que sus condiciones de vida se están deteriorando. Y que el futuro es amenazante e incierto.
Este blog, que continuará con entradas periódicas, mantiene esa posición crítica hacia una forma de entender la economía que, además, está demostrando un fracaso evidente. La cuestión es que los máximos expertos mantienen, desde que se inició esta larga recesión, una misma tesis: no se puede ir reduciendo el gasto público, los salarios, las prestaciones y pretender que se logre un revulsivo que consiga el crecimiento económico.
El economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, dejó constancia del error hace más de un año. Los informes encargados por el organismo concluyeron que la tesis principal de los defensores a ultranza de la austeridad no se sostiene. La idea peregrina es que los inversores privados, al entender el esfuerzo de las administraciones públicas reduciendo el déficit, estiman que los impuestos no subirán en el futuro. Si los gobiernos corrigen los excesos –siguiendo ese razonamiento- no deberán cargar a los ciudadanos a medio y largo plazo con un aumento de los impuestos. Y, por tanto, la inversión privada considerará que le ha llegado el momento y sustituirá de forma veloz a las administraciones, convirtiéndose en el motor de la economía.
¿Ven ustedes esa reacción de la inversión privada? Blanchard ya dejó claro que esa tesis no funciona.
Joseph Stiglitz será un economista mediático y dicharachero –también hay algunos economistas de ese cariz en Catalunya- pero va acertando en sus pronósticos. Lo acaba de dejar claro estos días en la presentación de un nuevo libro. Asegura que el diagnóstico alemán está absolutamente equivocado.
En Catalunya tenemos a un fabuloso señor, el catedrático de Política Económica, Anton Costas, que ha formulado las cosas con alguna precisión. Mantiene que lo que se está aplicando carece de legitimidad moral y puede acarrerar un quebranto político de primera magnitud.
Su argumento es que las políticas de austeridad se han convertido en una especie de impuesto que los Gobiernos recaudan sobre los ciudadanos de bajos y medianos ingresos. ¿Con qué objetivo? Aquí llega el acierto de Costas. Con el objetivo de pagar el sobrecoste de la financiación a los prestamistas.
Llega a afirmar que, de hecho, la cuantía de los recortes es de una magnitud semejante al aumento de los intereses que se pagan a los prestamistas. Y concluye que, efectivamente, ese tipo de impuestos ocultos carecen de legitimidad moral y son, deben, deberían, ser muy cuestionados.
Ahora nos vamos un poco más lejos. El especialista en economía del desarrollo, el coreano Ha-Joon Chang, profesor de Economía Política del Desarrollo en Cambridge, constata que hay una obsesión por el control de la inflación. Principalmente en Alemania. Los resabiados contestan sin titubear. Es lógico, porque Alemania recuerda su pasado, y en los años previos al acceso al poder de Hitler, la inflación llegó a niveles tan desorbitados, destruyó a tantas familias, que no quieren repetir nunca más aquella experiencia.
Pero se olvidan de una cosa, que enlaza con lo que apunta Costas, y Ha-Joon Chang remacha: “Convendría desprenderse de una vez por todas de esta obsesión con la inflación. Se ha convertido en el coco que se usa para justificar políticas cuyos principales beneficiarios han sido los titulares de activos financieros, en detrimento de la estabilidad a largo plazo, del crecimiento económico y de la felicidad humana”.
¿Qué les parece? ¿No gobierna la cancillera Merkel Europa pensando más en los intereses de sus inversores y ahorradores? Porque una inflación más alta –circulando una mayor masa monetaria, subiendo los salarios a los trabajadores alemanes para que el norte de Europa tire del carro- dejaría respirar a países como España, que podrían pagar en mejores condiciones su deuda pública y privada.
Pero no, no critiquen a Alemania, y menos desde Catalunya, no vaya a ser que…!
Lo que está ocurriendo es que la desigualdad aumenta. No se ha producido ninguna guerra, que es lo que destruye sin compasión. Lo que hay es una gran acaparación de dinero. En Catalunya se intuye que algo de eso pasa, pero se prefiere desviar la atención en otras cuestiones, de carácter identitario –y como también hay razones que no se deben ocultar, como el excesivo déficit fiscal- pues no se intenta ir más allá.
El gran Robert Reich, ex secretario de estado con el presidente Bill Clinton, cuyo blog está entre los favoritos de Keynes lives in Barcelona, dejaba constancia hace unos años de lo estaba sucediendo y que iría en aumento: el crecimiento de la desigualdad.
Por ello los economistas deberían asumir su responsabilidad para establecer recetas correctas.
Como dijo Keynes, en un discurso hacia el final de su vida, los economistas son “los fideicomisarios, no de la civilización, sino de la posibilidad de civilización”.
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