Los expertos, los especialistas que siguen la crisis, coinciden en un hecho que admite pocas interpretaciones. Desde los años 80 del pasado siglo las políticas de desregulación del sistema financiero internacional son las principales responsables de la situación en la que nos encontramos. Se trata, en realidad, de una guerra entre el mundo financiero y la sociedad, que no sabe cómo puede responder, que no entiende realmente lo que ha sucedido y que le gustaría encontrar a un responsable. Y esos responsables existen. Desde políticos que lo permitieron y alentaron, Thatcher, Reagan, Clinton, Blair o Bush hasta los directivos de los principales bancos de inversión, principalmente en el mundo anglosajón.
Ahora el escándalo de Barclays, manipulando los datos para formar el Libor, (tipos de interés en el mercado interbancario de Londres), añade más leña al fuego.
En España tenemos una noticia importante, porque la Audiencia Nacional ha admitido a trámite la querella presentada por UPyD contra los máximos responsables del grupo BFA-Bankia, entre ellos Rodrigo Rato, el que fuera el gran referente económico del PP en los mandatos del presidente José María Aznar.
Ante todo esto surge una primera reflexión que tiene mucho de nostálgica y a la que se refiere Tony Judt en su libro Algo va mal (Taurus, 2010). Recuerda Judt aquella sociedad que nace después de la II Guerra Mundial construida en Europa por la socialdemocracia y la democracia cristiana, que podría representar el canciller alemán Konrad Adenauer, en la imagen que ilustra este artículo. Se trataba de un mundo habitable, en el que cada uno sabía interpretar el papel que le tocaba: una clase trabajadora con derechos, y con un horizonte esperanzador, con una cultura del trabajo, basada en el ahorro y en pequeños placeres y una burguesía con los mismos principios y con unos placeres algo más ambiciosos. Un orden económico y social, controlado y con una cierta pretensión de justicia social, donde el trabajo formaba parte de una historia de orgullo personal, lejos de la deriva posterior como magistralmente explicó el sociólogo Richard Sennett en La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo (Anagrama, 2000). (Por favor, no dejen nunca de leer a Sennet).
La pregunta es si se puede volver a esa situación. Si se trata ahora de recomponer el desaguisado en el terreno económico y recuperar el tiempo perdido, con un sistema fiscal más justo, con un control claro y contundente del sistema financiero, con un cambio de valores que premie el trabajo y castigue la especulación.
Y la respuesta es negativa. Falta algo más. Mucho más. La socialdemocracia ya no puede arreglar esto. Alain Touraine lo afirma de forma diáfana. Yo creo que acierta cuando dice lo siguiente en su último libro Después de la crisis (Paidós, 2011): “¿Volver a la socialdemocracia, con reformas? No soy ya de ese parecer. Ya no se trata de una lucha de clases, se trata de una ruptura impuesta por los financieros entre sus intereses y los del conjunto de la población”.
Insiste Touraine en que no se puede regresar al pasado, en que la crisis ha sido desencadenada por conductas que han dado la espalda a una gestión nacional, y en que las sociedades industriales han sido heridas de muerte. “No es posible devolverles la vida”, asegura.
No es tiempo tampoco de revoluciones, sino de un cambio estructural, que vuelva a dar fuerza a la sociedad civil, para que defienda los derechos universales de todos los seres humanos. Siguiendo la estela de Touraine, la idea es que una reacción ante lo que sucede debe partir de una posición conservadora: si hemos conquistado derechos, ahora hay que defenderlos. Pero al mismo tiempo hay que crear un movimiento que, “partiendo de las demandas y las reivindicaciones de la mayoría, vuelva a dar vida al mundo político, al mismo tiempo que lo controle”.
Y Touraine relaciona ese necesario movimiento con las nuevas formas de participación que se han establecido gracias a las redes sociales. No dice que sean la panacea, sino que pueden ayudar, decididos todos, eso sí, a que no se construya “un nuevo poder todavía más autoritario que el antiguo”.
La idea del sociólogo francés también la defienden otros autores, desde perspectivas similares. Es lo que afirma el economista Carlos Mulas Granados, cuando advierte de que la solución a los problemas “no consiste en reparar las heridas para perpetuar el viejo modelo productivo que nos trajo hasta aquí, sino en transitar hacia uno completamente nuevo que cree un marco en el que las nuevas empresas y los nuevos empleos sean sostenibles por décadas y la calidad de vida experimente un salto positivo sustancial. El reto es mayúsculo pero por eso debería ser la mayor de nuestras preocupaciones”. Mulas Granados concluye que esa dirección no parece la escogida por Paul Krugman, cuando receta un estímulo de la demanda. La idea es huir en cierta medida de los postulados sobre el crecimiento del PIB, que cada vez explica menos cosas. Explica menos la realidad de un país.
Toda esta reflexión nos lleva a la necesidad de articular propuestas a través o no de las redes sociales. Es oportuno para ello la lectura de un artículo de Antoni Gutiérrez-Rubí . El analista de la comunicación política comprende las críticas a la insuficiencia de esas redes sociales, pero insiste en que pueden ayudar a una mayor defensa de los intereses del conjunto de la sociedad.
Y para defender a Gutiérrez Rubí nada menos que Elias Canetti, que con sus aforismos podría estar triunfando en la actualidad en Twiter. Siento una gran devoción por Canetti. Me gusta especialmente, al margen de su gran obra, Auto de fe, o de sus tres volúmenes de autobiografía, los aforismos recogidos en Hampstead. Apuntes rescatados 1954-1971, (Anaya and Mario Muchnik, 1996). Tiene algunos que dejan en la estacada a quien piense que en pocos caracteres no se pueden decir muchas cosas:
“Decir lo más terrible de manera que ya no sea terrible, que haya esperanza porque ha sido dicho”
“El miserable, al que la gente admira porque nunca se olvida a sí mismo”
“Un hombre al que todos abandonan para que aprenda a enmudecer”
Señoras y señores, es Canetti. Pero ya hablaremos más de él en otra ocasión.
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