La ficción es necesaria para entender la realidad. Sin la obra literaria no se podría ahondar en los entresijos de una sociedad, a pesar de la excelencia de algunos ensayos políticos o sociológicos. Jonathan Franzen (Western Springs, Illinois, 1959) consiguió con Las correcciones en el 2001, ahora recuperada por Salamandra (2012), explicar el derrumbe de un hombre, enfermo, ya anciano, con un estilo y una tensión narrativa que lo ha convertido en uno de los escritores norteamericanos más admirados. Porque el derrumbe de Alfred, un ingeniero jubilado de una compañía de ferrocarril, aquejado de Parkison, es también el derrumbe de una ética, de un espíritu que, con todas sus contradicciones, representa a una gran parte de los ciudadanos de Estados Unidos, aquellos que no quieren saber nada de la costa Este, y que, más allá de su identificación geográfica, ven el mundo desde la óptica de los ‘verdaderos norteamericanos’.

Franzen entrelaza la historia de una familia, los Lambert, originaria de St.Jude, en el Medio Oeste, con Alfred como gran protagonista, su mujer Enid, y sus tres hijos, Gary, Chip y Denise. Los tres hijos viven en la Costa Este, y los tres han tratado de huir de ese espíritu comunitarista que preside la America profunda.

Con la idea obsesiva de Enid de reunir de nuevo a su familia por navidades, el relato de Franzen salta entre las vidas de sus tres hijos y deja entrever los cambios sociales y de valores en la sociedad de Estados Unidos en la última década del siglo XX. Y la crítica es feroz. Desde la denuncia velada de los fondos de capital riesgo, que acaban participando en la compra y privatización de la compañía ferroviaria de Alfred –el territorio de St.Jude se verá perjudicado porque no es rentable un servicio ferroviario que tenga estaciones en todos los pueblos- hasta la dura crítica a Gary, un alto ejecutivo bancario muy preocupado por lograr mayores ganancias en sus inversiones en un momento en el que la realidad económica corrige las expectativas sobrevaloradas del mercado bursátil.

En el caso de Chip, a Franzen le sirve para destripar el mundo académico y la extrema sensibilidad cuando se trata de una relación entre profesor y alumna, que le cuesta el puesto en  la universidad al hijo intelectual de los Lambert. Chip acabará haciendo negocios en Lituania, una situación que aprovecha el autor para abordar el caos que provoca el incipiente capitalismo en los países del este, tras la caída del muro de Berlín.

Pero es Denise el personaje que Franzen disecciona con mayor valor, entrando en su dualidad sexual y en su vida sentimental imposible, sin olvidar sus dotes profesionales como chef en diferentes restaurantes. Denise es también el centro donde se reflejarán las contradicciones de la familia Lambert, con un delicado suceso que explica algunas decisiones difíciles de su padre, Alfred, y sirve para enarbolar esos valores del Medio oeste: el honor, el conservadurismo, la rigidez emotiva, el trabajo feroz  y una ética insobornable.

No podía Franzen dejar de lado que, frente a esa América que en muchas ocasiones se desprecia –y hay razones para hacerlo- hay otra América llena de estupideces que se concentran en la Costa Este. El personaje que ejemplifica esas banalidades es Caroline, la mujer de Gary, que lo tiene completamente sometido y que le chantajea con el amor que le prodiga a sus tres hijos y a los que les consiente todo: una tónica en las familias postmodernas. Las escenas descritas son hilarantes.

Las correciones, las que deben hacer los hijos a sus padres, por no haber hecho las cosas de otra forma, o las que deben hacer los hijos por sus decisiones equivocadas, es el título de un libro que, por muchas razones, no se debería dejar de leer en un panorama literario que necesitaba un autor como Franzen, más conocido ahora por su última obra: La libertad. Porque Franzen representa él mismo la ambición literaria por la trascendencia, con mucho trabajo detrás.